“Me llevo fatal con mi madre” “No me hablo con mi padre”. No sería ni la primera ni la última persona que alega sufrir a consecuencia de la relación que mantiene con alguno de sus padres, o con los dos.
Tampoco sería raro que elementos de la relación paterno-filial se transfieran a las relaciones interpersonales de la actualidad. ¿Y eso cómo puede ser? ¿Es hablar de padres e hijas – madres e hijos y sale Freud de su tumba para sacar sus conflictos inconscientes? No no, tranquilos.
La familia, un contexto que nos marca
Te cuento. En la práctica terapéutica, aparecen muchas personas con problemas en sus relaciones interpersonales que conectan de manera directa o indirecta con la relación que han aprendido de sus padres o que tienen con los mismos.
¿Eso significa que todos mis problemas son culpa de mis padres? ¡Pues eso faltaría!
Si nos zambullimos en un viaje espacio-temporal y tratamos de comprender por qué nuestros padres hacen lo que hacen analizando su historia, podemos sacar muchas conclusiones.
Por desgracia, es muy común haber pasado por conflictos dolorosos con la familia, y estos acarrean mucho sufrimiento para todas las partes. Si estos conflictos nunca se resolvieron y se cerraron bajo llave en el sótano, es posible que haya quedado una sensación de resentimiento que sigue afectando a la relación actual. O peor aún, nos aflora en las relaciones con otras personas.
Modelos de relación padre-hijos ¿Cómo perdonar a mis padres?
Puede que tus padres fueran excesivamente rígidos y estrictos, te decían todo el tiempo lo que debías hacer y si no cumplías te sometían a severos castigos… O tal vez tus padres estuvieron demasiado tiempo ausentes, con exceso de trabajo o mucho tiempo en el bar, dedicándote poco tiempo de calidad.
O quizás fueron tan sobreprotectores que apenas te dejaron hacer nada por tu propia decisión, y con su mejor intención te impidieron contactar con la dureza de la vida y esta ahora te pisotea por encima.
Puede ser que tus padres tuvieran muchos problemas de inestabilidad emocional que te trasladaron injustamente a ti y en la forma de tratarte. También puede ser que fueran “jueces” y todo el tiempo te vieras sometido a críticas e invalidación y ahora sientes que tienes una pobre autoestima. (Otro día entramos en los Modelos de Apego de Bowlby).
Dicho todo esto, parecería lo más legítimo sentirse dolido y rencoroso con los padres, especialmente cuando se está lleno de emociones provocadas por situaciones como las de arriba.
Reflexión desde la compresión
En este momento, tras un trabajo de reflexión, podríamos valorar si nosotros hubiéramos crecido en el mismo lugar, en la misma época histórica, con la misma educación social, e incluso, con tus abuelos como padres… si habríamos sido exactamente igual.
Y aunque no estamos diciendo que sus acciones fueran las mejores, ni justificamos conductas dolorosas, sí que podremos estar en mejor posición para comprender el cuadro completo. Y si esta comprensión e incluso compasión, hacia nuestros padres, nos ayuda a sentir perdón hacia cómo fueron, tal vez nos acerquemos a la aceptación de todo aquello.
Si nuestros padres no han estado muy familiarizados con las disculpas o el “perdón”, puede ser que nunca lo recibamos. La cuestión no radica en que nos pidan o no perdón. Porque podrían hacerlo y nosotros seguir «sin cerrar la herida».
La cuestión radica en para qué habrías de disculparles para ti mismo/a, y de alguna forma, sanar esas situaciones como parte dolorosa de nuestra historia.
¿Serías feliz si fueras capaz de perdonar todo aquello? ¿Te ayudaría a aliviar carga de tus hombros? ¿Te haría sentir más amor y reconciliación hacia ellos? Si pese a todo la relación no puede mejorarse…¿Ayudaría ello a tu paz mental? Porque si es así, tal vez merezca la pena revisar de nuevo la situación desde otra perspectiva.
Te dejo una historia. Que la disfrutes 😉
«Había una vez un granjero que tenía un asno muy viejo. Un día, el asno cayó al fondo de un pozo abandonado. El granjero cuando lo vio pensó que el asno era viejo y ya no podía realizar ningún trabajo en la granja. Por otro lado, el pozo se había secado hacía muchos años y, por tanto, tampoco tenía utilidad alguna. El granjero decidió que simplemente enterraría al viejo asno en el fondo del pozo.
Cuando comenzó a palear tierra encima del asno, éste se puso más inquieto de lo que ya estaba. No sólo estaba atrapado, sino que, además, lo estaban enterrando en el mismo agujero que le había atrapado. Al estremecerse en llanto, se sacudió y la tierra cayó de su lomo de modo que empezó a cubrir sus patas. Entonces, el asno levantó sus cascos, los agitó, y cuando los volvió a poner sobre el suelo, estaban un poquito más altos de lo que habían estado momentos antes.
Los vecinos echaron tierra, tierra y más tierra, y cada vez que una palada caía sobre los lomos del asno, éste se estremecía, sacudía y pisoteaba. Para sorpresa de todos, antes de que el día hubiese acabado, el asno apisonó la última palada de tierra y salió del agujero a disfrutar del último resplandor de sol.
Las paladas de tierra son como nuestros problemas, esos de los que nos entierran. Pero ¿Y si hubiera alguna forma en la que usted, como el asno de la historia, pudiera encontrar la manera de pisotear sus dificultades? Si hubiera un modo por el cual las mismas cosas que ahora parecen estar amenazando su existencia pudieran en realidad usarse para elevarse, ¿podría entonces alcanzar esa vida que tanto anhela? Me gustaría hacerle notar que en esta historia el asno no podría haber salido del pozo de no ser por la misma tierra que amenazaba por enterrarlo.«*
*Wilson, K. G., & Soriano, M. C. L. (2014). Terapia de aceptación y compromiso (ACT). Ediciones Pirámide