La flexibilidad psicológica es LA gran habilidad psicológica, y es aquella que nos permite adaptarnos mejor a nuestro ambiente, (continuamente cambiante).
En otras palabras, la flexibilidad psicológica es: «la capacidad de sentir y de pensar con apertura mental, de asistir voluntariamente a la experiencia del momento presente y de avanzar en las direcciones que son importantes para nosotros, al tiempo que forjamos hábitos que nos permiten vivir de un modo congruente con nuestros valores y aspiraciones» (Hayes, 2020). (¿Qué podría yo añadir a las palabras de Hayes?)
Gracias a la flexibilidad psicológica, no evitaríamos lo que nos resulta doloroso o desagradable, no evitaríamos el sufrimiento ya que este forma parte de la vida igual que cualquier otra emoción. Esto nos ayudaría a tener una vida con más sentido y propósito (Hayes, 2020).
La flexibilidad psicológica se compone de 6 pilares:
- ¡Ábrete sésamo!: Aceptar la experiencia sea cómoda o incómoda, sin evitarla. Sentir lo que haya que sentir en cada situación. (Aceptación)
- ¡TCHÉ, que estoy hablando a ti!: No estar volando al pasado o al presente, es atender a lo que tenemos delante de nuestros ojos. (Contacto con el momento presente)
- Echa tus “ralladas” al cajón de pensar: ¡Como si fuera tan fácil! Ya, pero cuando estamos “rallados” parecemos borrachos de pensamiento y eso no ayuda a nadie. Se trata de ser consciente de tener pensamientos y no sentirnos que somos “ellos”. Eso empieza por dejar de reaccionar a todo lo que se nos pase por la cabeza. (Defusión cognitiva)
- ¿Quién eres?: Una cosa es lo que sentimos en un momento determinado y otra cosa bien distinta es lo que somos como nuestra identidad global. (Yo como contexto)
- Directo al blanco: Si tienes claros tus valores y principios, tendrás mayor sensación de dirección en la vida y sin duda eso te ayudará a adaptarte mejor a las circunstancias sin perder el rumbo. (Contacto con valores)
- Sisi, eso está muy bien pero cuándo empiezas: ¿Actúas para sentirte bien o no sentirte mal? ¿O para la dirección que consideras valiosa para tu vida independientemente de lo j*dido que se ponga el día? (Acción comprometida)
La flexibilidad psicológica también sería la capacidad de aceptar lo que sucede sin juzgar si las experiencias son buenas o malas, sino simplemente, tomar la acción pertinente ante ellas.
Por otro lado, la inflexibilidad psicológica estaría más asociada a tener mayor vulnerabilidad ante el afrontamiento de dificultades de la vida, ya que se pueden desplegar menos recursos psicológicos para adaptarnos al medio.
Te dejo con una pequeña historia que en su día me dijo mi querido Armando y que nunca he olvidado. Que la disfrutes 😉
Historia sobre la flexibilidad psicológica
“Cuenta la leyenda, que un anciano labrador, viudo y muy pobre, vivía en una aldea, también muy necesitada.
Un cálido día de verano, un precioso caballo salvaje, joven y fuerte, descendió de los prados de las montañas a buscar comida y bebida en la aldea. Ese verano, de intenso sol y escaso de lluvias, había quemado los pastos y apenas quedaba gota en los arroyos. De modo que el caballo buscaba desesperado la comida y bebida con las que sobrevivir.
Quiso el destino que el animal fuera a parar al establo del anciano labrador, donde encontró la comida y la bebida deseadas.
El hijo del anciano, al oír el ruido de los cascos del caballo en el establo, y al constatar que un magnífico ejemplar había entrado en su propiedad, decidió poner la madera en la puerta de la cuadra para impedir su salida.
La noticia corrió a toda velocidad por la aldea y los vecinos fueron a felicitar al anciano labrador y a su hijo. Era una gran suerte que ese bello y joven rocín salvaje fuera a parar a su establo. Era en verdad un animal que costaría mucho dinero si tuviera que ser comprado. Pero ahí estaba, en el establo, saciando tranquilamente su hambre y sed.
Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para felicitarle por tal regalo inesperado de la vida, el labrador les replicó: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”. Y no entendieron…
Pero sucedió que, al día siguiente, el caballo ya saciado, al ser ágil y fuerte como pocos, logró saltar la valla de un brinco y regresó a las montañas. Cuando los vecinos del anciano labrador se acercaron para condolerse con él y lamentar su desgracia, éste les replicó: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. Y volvieron a no entender…
Una semana después, el joven y fuerte caballo regresó de las montañas trayendo consigo una caballada inmensa y llevándoles, uno a uno, a ese establo donde sabía que encontraría alimento y agua para todos los suyos. Hembras jóvenes en edad de procrear, potros de todos los colores, más de cuarenta ejemplares seguían al corcel que una semana antes había saciado su sed y apetito en el establo del anciano labrador. ¡Los vecinos no lo podían creer! De repente, el anciano labrador se volvía rico de la manera más inesperada. Su patrimonio crecía por fruto de un azar generoso con él y su familia. Entonces los vecinos felicitaron al labrador por su extraordinaria buena suerte. Pero éste, de nuevo les respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.
Y los vecinos, ahora sí, pensaron que el anciano no estaba bien de la cabeza. Era indudable que tener, de repente y por azar, más de cuarenta caballos en el establo de casa sin pagar un céntimo por ellos, solo podía ser buena suerte.
Pero al día siguiente, el hijo del labrador intentó domar precisamente al guía de todos los caballos salvajes, aquél que había llegado la primera vez, huído al día siguiente, y llevado de nuevo a toda su parada hacia el establo. Si le domaba, ninguna yegua ni potro escaparían del establo. Teniendo al jefe de la manada bajo control, no había riesgo de pérdida. Pero cuando el joven lo montó para dominarlo, el animal se encabritó y lo pateó, haciendo que cayera al suelo y recibiera tantas patadas que el resultado fue la rotura de huesos de brazos, manos, pies y piernas del muchacho. Naturalmente, todo el mundo consideró aquello como una verdadera desgracia. No así el labrador, quién se limitó a decir: “¿Mala suerte? ¿Buena suerte? ¡Quién sabe!”. A lo que los vecinos ya no supieron qué responder.
Y es que, unas semanas más tarde, el ejército entró en el poblado y fueron reclutados todos los jóvenes que se encontraban en buenas condiciones. Pero cuando vieron al hijo del labrador en tan mal estado, le dejaron tranquilo, y siguieron su camino. Los vecinos que quedaron en la aldea, padres y abuelos de decenas de jóvenes que partieron ese mismo día a la guerra, fueron a ver al anciano labrador y a su hijo, y a expresarles la enorme buena suerte que había tenido el joven al no tener que partir hacia una guerra que, con mucha probabilidad, acabaría con la vida de muchos de sus amigos. A lo que el longevo sabio respondió: “¿Buena suerte? ¿Mala suerte? ¡Quién sabe!”.
(Autoría desconocida)