“Bueno bueno, qué tenemos por aquí, una aspirante a buena psicóloga hablando de cosas como experta… ¿Acaso estás lo suficientemente preparada para hablar de esto? Aún te falta experiencia y conocimientos. ¿Has visto cuántos buenos psicólogos hay por ahí? Saben mucho más que tú. Cuando escribes, evidencias tu incapacidad”. OMG, qué agobio de pensamientos podría tener ahora mismo, ¿verdad? ¿te suena todo esto?
Síndromes, síndromes. No hay tal cosa realmente, no hablamos de síndromes cuando estos pensamientos aterrizan en nuestras “mentes”, sólo un término que se ha popularizado para aglutinar ese continuo de situación-emociones-pensamientos-acciones. La palabra “síndrome” podemos dejársela a nuestros compis médicos con enfermedades orgánicas, en psicología desterremos el uso de estos términos 🙂
¿Cómo definir el “síndrome del impostor” en términos conductuales?
Podemos definir el «Síndrome del Impostor» como el conjunto de 1) verbalizaciones privadas o pensamientos de desvalorización del tipo: “no eres suficientemente bueno, no sabes tanto como aparentas, no eres tan maravilloso/a”, 2) emociones relacionadas con sensaciones de incapacidad y menosprecio de habilidades y 3) acciones encaminadas a evitar sentirse así: por ejemplo: exponerse a aquello que se teme, pedir menos dinero por el trabajo realizado, no valorarlo lo suficiene, meterse en menos proyectos con riesgo, evitar hablar en público…
¿Cómo se podría generar este “síndrome”?
Cada caso como siempre, puede variar, pero como orígenes posibles situamos la insuficiente validación cuando se han hecho las cosas bien y por el contrario, se ha podido buscar la mejora poniendo sólo la atención a las cosas mal hechas o las que faltan. De este modo, se moldea mirar lo que está mal, y ser insensible a lo que “sí está bien”, asumirlo y validarlo como bueno.
Esto suele moldearse en la infancia y el entorno más próximo donde el niño va generando su identidad. Un simple ejemplo de moldeamiento de una conducta:
– Mira esto que he hecho mamá.
– Te falta eso, y eso no se ve bien, no me gusta.
En un intento de reforzar a su hijo a mejorar lo que quiera hacer, realmente está poniéndole el foco en lo mal hecho, y pasa inadvertido lo que está bien. De este modo el niño podría intentar por todos los medios evitar consecuencias aversivas de ser criticado, por lo que empieza a generar conductas “perfeccionistas”, “maniáticas”, “repetitivas” y “revisadoras” de lo que hace hasta que algún día, la validación llegue. Y nunca parece ser «suficiente».
De este modo, la validación es la excepción y no la norma, y se vuelve más sensible a la crítica y pasa más inadvertido el resto.
No obstante, un hecho aislado no basta para moldear todo un repertorio adulto de conductas encaminadas a evitar las emociones de incapacidad; experiencia a experiencia se va construyendo o desmontando lo que se conoce como “síndrome del impostor”.
4 estrategias para lidiar con el “Síndrome del Impostor”
Cuando somos pequeños, poco podemos hacer más que intentar sobrevivir en un mundo gobernado por adultos que aplican y desaplican normas, a veces de la forma más arbitraria posible. Y el niño con sus propios medios, asimila lo que recibe y responde sin saber muy bien cómo.
De adultos en cambio entender el pasado está bien, favorece la autocompasión de lo que uno siente y cómo se comporta pero… no logramos cambiar del todo.
¿Qué podemos hacer? Aquí te doy 4 pequeñas estrategias que podrían allanarte el camino.
- «Hago lo que puedo con las herramientas que tengo ahora».
Si ya estoy haciendo todo lo posible, ¿qué más puedo hacer? Continuar haciéndolo. Ante las emociones de insatisfacción puede emerger la regla verbal: “siempre se puede hacer más” porque se ha moldeado así socialmente en muchos contextos. Sin embargo, estas emociones son parte de hacer cosas imperfectas, y está bien que ello nos empuje a mejorar, pero no debemos olvidar que está en nuestra condición humana la insatisfacción constante con la vida y no tenemos por qué desvinivirnos por fórmulas imperfectas de algo.
Enfócate en seguir haciendo lo que te funciona, abandonar lo que no, y mejorar lo que sea conveniente en tu proceso de aprendizaje. Si puedo darte una regla es: “haz lo que puedas con las herramientas que tienes ahora”.
2. Ya está suficientemente bien.
¿Estás haciendo todo lo posible con las herramientas que tienes? ¿Lo estás repitiendo eso mismo en el tiempo? ¿Estás siendo paciente? ¿Estás siendo benévolo en tu proceso de aprendizaje lento e imperfecto?
Pues ya está suficientemente bien. Sigue adelante y no te pares demasiado en las emociones de “insatisfacción”.
3. Refuerza la acción encaminada al fin, no el fin o el resultado.
¿Estás actuando de acuerdo a un plan y objetivo claro? ¿Estás siendo consecuente con tus valores? Pues sigue adelante.
El fin llegará, la meta llegará, el resultado llegará. Sigue trabajando la atención en mejorar tu metodología y la forma en que ejecutas las acciones. No puedes controlar al 100% los resultados, mejora cada entrenamiento no sólo el día de la “competición”.
4. Valora el resultado después de la acumulación de miles de acciones continuadas en el tiempo, no antes cuando ya haces todo lo que puedes y tienes muchas versiones previas a la mejora que viene después.
Contactar con la versión errada y torpe de aprender a hacer algo nuevo a veces nos quita las ganas de seguir, es muy aversivo y desagradable. Pero si quieres “vencer ese síndrome dichoso” coge esas emociones de incapacidad, échatelas a la mochila, y recuerda: para qué haces lo que haces, cómo lo seguirás haciendo, qué cosas consideras que ya haces bien y cuáles mejorar, qué cosas has de adaptar, y sigue adelante. Valora los resultados como los cierres de trimestres de los autónomos o cada X tiempo que veas suficientemente prudente para evaluar lo que estás haciendo. No todo el tiempo porque tengas emociones desagradables que debas quitar mediante chequeos.
Mide lo que te sea útil y práctico, el resto deséchalo.
Espero que te haya gustado 🙂
Puedes escuchar el podcast que hice sobre esto en Mayeutic, hablemos de psicología. Te dejo el podcast por aquí: